El juguete rabioso es la primera novela del escritor Roberto Arlt, publicada en el aΓ±o 1926 por la Editorial Latina. Con esta obra Buenos Aires se convierte, por primera vez, en el escenario de otra forma de contar.
El juguete rabioso es la primera novela del escritor Roberto Arlt, publicada en el aΓ±o 1926 por la Editorial Latina.
Con esta obra Buenos Aires se convierte, por primera vez, en el escenario de otra forma de contar. La ciudad es vista lejos de las estΓ©ticas dominantes de su entorno.
Roberto Arlt abre un nuevo espacio literario con influencia dostoievskiana y temΓ‘tica picaresca. En Γ©l consagra el perfil de hombres que, sometidos por la pobreza y la continua pΓ©rdida de fe, sobreviven en las calles de las ciudades.
Silvio Astier es un personaje condenado a una vida mΓsera pero que sueΓ±a con un porvenir lleno de aventuras y fama. Aunque, al inicio de la novela, su ΓΊnico medio para sobrevivir es el robo, Silvio se aleja del ladrΓ³n comΓΊn. Es un pΓcaro lleno de infinita curiosidad intelectual, seducido por la ciencia y lector de Baudelaire.
El futuro que se dibuja para el protagonista de El juguete rabioso lo llena de desasosiego. BaldΓa y fea como una rodilla desnuda es mi alma. A partir de aquΓ, se hace visible la transformaciΓ³n del personaje. La certeza de lo baldΓo y de la inutilidad del esfuerzo marcan la trayectoria existencial de Silvio.
Al final, el juguete rabioso determina que la vΓctima pase a ser el verdugo, y que el no ser prevalezca como ΓΊnica salida.
Para cualquier lector que conozca la vida de Roberto Arlt verΓ‘ las semejanzas entre el autor y su personaje. Arlt como uno de sus personajes favoritos, tambiΓ©n intentΓ³ sobrevivir inventando artefactos. ViviΓ³ tambiΓ©n al borde del abismo de la supervivencia y fue tambiΓ©n, a su manera, un particular hereje.
Tal vez estas palabras de Juan Carlos Onetti capten a quΓ© nos referimos:
...habΓa nacido para escribir sus desdichas infantiles, adolescentes, adultas. Lo hizo con rabia y con genio, cosas que le sobraban. Todo Buenos Aires, por lo menos, leyΓ³ este libro. Los intelectuales interrumpieron los dry martinis para encoger los hombros y rezongar piadosamente que Arlt no sabΓa escribir. No sabΓa, es cierto, y desdeΓ±aba el idioma de los mandarines; pero sΓ dominaba la lengua y los problemas de millones de argentinos, incapaces de comentarlo en artΓculos literarios, capaces de comprenderlo y sentirlo como amigo que acude -hosco, silencioso o cΓnico- en la hora de la angustia. Hablo de arte y de un gran, extraΓ±o artista.
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