-Jeeves -dije-. ΒΏPuedo hablarle con franqueza? -Desde luego, seΓ±or. -Lo que he de decirle puede ofenderle. -En absoluto, seΓ±or. -Bien, en tal caso... No, esperen..., el diΓ‘logo queda interrumpido. No sΓ© si a ustedes les sucede lo mismo que a mΓ. Cuando quiero contar una historia, choco, infaliblemente, contra el obstΓ‘culo de no saber cΓ³mo comenzar. Un paso en falso basta para echarlo todo a perder. Me explicarΓ© si al principio contemporizan demasiado, intentando crear lo que suele llamarse atmΓ³sfera, y se entretienen en excesivas sutilezas, corren el riesgo de no producir el efecto deseado, fatigando la atenciΓ³n de los oyentes. Si, por otra parte, superan el lΓmite impuesto con un salto digno de un gato escaldado, el auditorio se desconcierta. Por ejemplo, al empezar, con el breve diΓ‘logo anterior, la narraciΓ³n de las complicadas aventuras de Gussie Fink-Nottle, de Madeline Bassett, de mi prima Angela, de mi tΓa Dahlia, de mi tΓo Thomas, del joven Tuppy Glossop y del cocinero, Anatole, comprendo que he cometido el segundo de estos errores. Es necesario, por tanto, dar un paso atrΓ‘s. Y, despuΓ©s de observar todos los detalles y de pesar el pro y el contra, me parece poder asegurar que este asunto tuvo su comienzo -Γ©sta es la palabra justa- con mi excursiΓ³n a Cannes. Si no hubiese ido yo a Cannes, no habrΓa encontrado a los Bassett, ni adquirido aquella famosa americana blanca. Angela no habrΓa visto el tiburΓ³n, ni tΓa Dahlia jugado al bacarrΓ‘.
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